“Soy como el buen vino”, decía Aleix Espargaró tras conseguir su primera victoria en el Mundial de MotoGP, que a su vez era también la primera de Aprilia en la historia de la categoría reina. Lo hacía, además, en su GP número 200 en la élite del motociclismo de velocidad, donde llegó como sustituto en la segunda mitad de la temporada 2009.
Ahí empieza ya su peculiar relación con MotoGP. De todos los pilotos que aparecen cada año para hacer alguna sustitución, es difícil encontrar a otro piloto que haya conseguido hacerse un hueco en la categoría. Es algo que, directamente, no sucede. Salvo en el caso de Aleix Espargaró, claro.
Desde que se proclamó campeón de España de 125GP en 2004, su carrera deportiva se convirtió en una especie de bola de pinball en el que iba rebotando entre categorías mientras aparecía y desaparecía del paddock en aquel 2009 donde la mala suerte de quedarse sin moto antes de empezar con la espantada del Campetella Racing de 250cc le acabó llevando a MotoGP.
Las lesiones de Mika Kallio primero y Casey Stoner después le permitieron subirse a la Ducati Desmosedici GP9 del Pramac Racing, donde pudo mostrar su talento hasta el punto de convencer al equipo italiano para ficharle de cara a 2010, su primer año completo en clase reina. No acabaron ahí sus vaivenes: decidió bajar a Moto2 con el Pons para intentar pelear por algo grande y, aunque no fue un gran año, pudo saborear su primer podio en Catalunya.

Decidió entonces volver a apostar por hacerse un hueco en la clase reina desde el fondo de la parrilla, aceptando la oferta de Aspar para llevar la ART, una de esas CRT que se crearon para ampliar la participación en la categoría reina. La ganó dos veces e hizo lo propio con la Open del Forward Yamaha, logrando el hito de llevarla al podio de MotoGP antes de poner rumbo a Suzuki.
Con 25 años, estaba en un equipo oficial de MotoGP. Tras un año prometedor y otro un tanto decepcionante, no renovó y la salida que le quedó fue Aprilia. Con 27 años, estaba en el vagón de cola de MotoGP, de una marca que había llegado con una especie de Superbike mejorada y en cuyo proyecto no creía casi nadie: basta recordar cómo Marco Melandri se tomó como un castigo tener que llevar aquella RS-GP.
Aleix lo vio como una oportunidad de convertirse en el líder de un proyecto con una gran marca detrás. Un salto de fe a una piscina que no parecía muy llena. El sexto puesto con el que debutó en Qatar fue un espejismo, y sus cuatro primeros años en Noale se saldaron con discretos puestos en la general: 15º, 17º, 14º y de nuevo 17º.
Su falta de resultados le costaba numerosas críticas, pero bastaba con escarbar un poco bajo las estadísticas para ver que el de Granollers trituraba a compañeros año tras año, incluidos talentos descomunales como Scott Redding o pilotos que habían llevado el camino marcado, como Andrea Iannone o Bradley Smith.

Resultaba que, aunque el potencial de la moto no le hubiese permitido brillar, él había ido puliendo su pilotaje temporada tras temporada; macerándolo en esa barrica llamada RS-GP, cogiendo cuerpo en un entorno familiar idílico para esperar el momento ideal en el que destapar el tarro de las esencias.
En 2021 llegó el primer chupito, en forma de podio en Silverstone. No solo eso: acabó en el top 10 las 13 carreras que terminó, concluyendo octavo en la general. El paddock de MotoGP estaba sobre aviso, y arrancó 2022 quedándose más cerca que nunca de la victoria en la carrera de Qatar.
No pasaba nada. Con los licores viejos no hay mejor virtud que la paciencia, y Aleix Espargaró la ha tenido de sobra. Nadie ha tardado 200 grandes premios en ganar. Nadie en MotoGP ha aguantado seis años en una marca que no ganaba. Pero Aleix es un piloto de otra época. De décadas anteriores.
En los últimos 50 años, hasta 80 pilotos se habían estrenado como ganadores en clase reina, pero solamente Troy Bayliss lo había hecho con más de 32 años con su excepcional (en todos los sentidos) triunfo en Valencia 2006.

El anterior fue el emblemático Jack Findlay, allá por 1971 y doce años después de su debut en 500cc, que databa de 1959. Sin embargo, de los 33 primeros ganadores en 500cc, hasta 10 lo hicieron ya cumplida esa edad.
En un mundo que tiende la precocidad, en el que campeones del mundo de la categoría ligera se ven fuera del paddock en pocos años y donde la rotación de pilotos en MotoGP es cada vez mayor con la pujanza de las nuevas generaciones, Aleix Espargaró ha sabido tomarse su tiempo para madurar y esperar un momento en el que él siempre confió.
Dicen que cuando más tiempo luchas para conseguir algo, mejor sabe. Así, poco tienen que ver las primeras victorias de los imberbes talentos de Moto3 con el triunfo de Aleix Espargaró en Argentina. Era imposible encontrar a alguien en el paddock que no se alegrara por él y por Aprilia: todos han sido testigos de su historia conjunta, de cómo han construido un binomio ganador desde las catacumbas de la parrilla.
Dice Aleix Espargaró que es como el buen vino, que mejora con el tiempo. Desde fuera, la sensación es que es más un whisky de 50 años: los que han pasado desde aquella época mundialista en la que la precocidad no existía, los treintañeros todavía eran legión y nadie te preguntaba cuánto habías tardado en ganar.