Los tres pilotos más laureados en la historia de Ducati en MotoGP tienen un punto en común, que también comparte Jack Miller: todos habían pasado por las filas de Honda antes de subirse a la Desmosedici y todos eran apuestas más o menos arriesgadas en su momento; todo lo contrario a lo que sucedió con Valentino Rossi y Jorge Lorenzo, las dos megaestrellas que ficharon a golpe de talonario y que no obtuvieron los resultados esperados.
El primero fue Loris Capirossi, que llevaba un solo triunfo en los tres cursos anteriores sobre la Honda NSR500 cuando recaló en las filas de Ducati en 2003 y que fue el puntal de la marca en su primera era en MotoGP, consiguiendo hasta siete victorias vestido de rojo en cinco temporadas y metiendo a Ducati por primera vez en el podio final al acabar tercero en 2006.
Tras haber compartido equipo con pilotos muy consolidados como Troy Bayliss, Carlos Checa o Sete Gibernau, en 2007 le pusieron al lado al jovencísimo Casey Stoner, que venía de correr con la Honda del LCR en su año de rookie. Fue una apuesta valiente al talento del australiano, que tenía fama de ser tan rápido como propenso a las caídas, y el resultado es de sobra conocido: título mundial en su primer año con la Desmosedici y 23 victorias en cuatro cursos.
Entre tanto, Marco Melandri había tenido un breve paso por el otro lado del box, donde llegaría después Nicky Hayden. El estadounidense vio pasar por allí primero a Stoner, después a Rossi y finalmente a Andrea Dovizioso, que en su momento parecía un fichaje de menor perfil después de su discreto paso por el Repsol Honda, donde apenas consiguió una victoria en cuatro años.

Cinco años después, en 2018, Ducati ponía los ojos en otro joven piloto que había salido por la puerta de atrás de HRC: el australiano Jack Miller. Con la categoría reina necesitada de forma acuciante de un australiano, el subcampeón mundial de Moto3 2014 decidió saltarse Moto2 al escuchar los cantos de la sirena de alas doradas.
Al llegar, se encontró con que en los equipos satélites el dorado de las alas era poco menos que un barniz que escondía un hierro. Tras un año en el LCR pasó al EG 0,0 Marc VDS, donde estuvo dos más para cumplir los tres años de contrato con la marca, con bastante pena y un domingo de gloria sobre el empapado asfalto de Assen. Hastiado de jugarse el tipo para pescar algún top ten, aquel día hizo suya la tan española expresión ‘de perdidos al río’ que el Instituto Cervantes explica así:
“Se dice cuando se ha iniciado ya una acción y hay que procurar terminarla pese a su peligrosidad y aceptando todas las consecuencias. Se emplea para indicar que, ante una situación muy difícil, se opta por la solución más descabellada, en este caso representada por la decisión de tirarse al río, por ejemplo, ante el avance del enemigo o un fuego. Tal opción se debe ante la desesperación que conduce a que ya nada importe, o ante la idea de que lo más absurdo representa la única solución”.
Aquel día pocas cosas se antojaban tan absurdas y descabelladas como plantar cara a Marc Márquez y su poderosa Honda oficial en condiciones difíciles. Para Miller, que en año y medio tenía un décimo puesto como mejor resultado, un segundo puesto hubiese sido más que suficiente. Pero si se hubiera conformado no hubiera sido Jack Miller.

En su cabeza, aquel absurdo que suponía buscar la victoria representaba la única solución a su constante agonía en seco.
Ganó, claro. Aunque es imposible saberlo, quizás fue aquella actuación lo que llevó a Ducati a ofrecerle un hueco para 2018 en el Pramac, donde al segundo año pudo llevar una Desmosedici como las oficiales y correspondió con cinco podios.
En los albores de 2020, mientras Miller se preparaba para un tercer año en el equipo italiano, Ducati enlazaba negativas en los despachos en su afán por atar a una de las grandes estrellas del panorama como Marc Márquez, Fabio Quartararo, Joan Mir, Álex Rins o Maverick Viñales. Las demás marcas confirmaban sus pilotos para 2021 y 2022 (o más) y en Borgo Panigale no había anuncios.
Así que, de perdidos al río, decidieron responder a los avances de los enemigos anunciando el salto de Jack Miller al equipo oficial, posponiendo la decisión sobre el segundo piloto durante meses.

Más tarde vendría la negativa de Dovizioso y la elección del segundo piloto entre Pecco Bagnaia y Johann Zarco, algo que de rebote colocaba a Miller con estatus de primer piloto, que refrendó con una gran pretemporada. Sin embargo, en Qatar todo se torció y mientras Zarco, Bagnaia y hasta el rookie Jorge Martín llevaban la Desmosedici al podio, Miller salía de Losail con dos novenas posiciones.
Pasó por el quirófano para operarse de síndrome compartimental, y en Portimao se cayó y se le abrieron los puntos. Seguramente eso no le dolió tanto como verse duodécimo en la general tras tres carreras, lejísimos de Bagnaia y Zarco. Para colmo llegaba a Jerez, donde otros años no había ido cómodo con la Ducati. Sin embargo, el sábado encontró algo y el domingo los problemas de síndrome compartimental de Fabio Quartararo le abrieron el camino a su segunda victoria en MotoGP, esta vez en seco.
Eso le quitó un peso mental, pero todavía seguía lejos en la general. Llegaba Le Mans, uno de los trazados donde ganó en 2014, y a priori propicio para las Desmosedici. Eso importaba poco: la climatología se iba a encargar de convertir el GP en una quiniela en la que los más acertados harían su apuesta confiando en tener el punto de suerte necesario.
La carrera comenzó en seco pero no tardó en llover, con el consiguiente cambio de moto. En cuestión de segundos, Miller pareció arruinar su carrera: tras haber ido siempre con la cabeza, en la última vuelta antes de entrar a boxes cometió dos errores: primero se dio un paseo por la grava que le costó varios segundos, y después le cazó el radar de entrada a boxes.

De repente se vio a ocho segundos de Marc Márquez y Fabio Quartararo, a seis de Álex Rins y con dos long lap penalties de sanción. Con todo perdido, Miller volvió a poner el modo ‘de perdidos al río’. Daba igual que la caída de Rins nada más salir de boxes le colocara en podio. Como en Assen 2016, eso no le bastaba.
Ya había iniciado la acción y tenía que procurar terminarla pese a su peligrosidad y aceptando todas las consecuencias.
Y empezó a volar sobre el agua. En dos vueltas había recortado la mitad de tiempo, y cuando Márquez se fue al suelo, supo que lo tenía: iba muchísimo más rápido que Quartararo y esta vez podía ganarle en pista con el antebrazo en las mismas condiciones. Dicho y hecho: le superó como una flecha y se llevó su tercera victoria para completar un hat-trick perfecto en MotoGP: mojado, agua y flag to flag.
¿Y ahora? Pues a pensar en el título. Total, de perdidos al río.