Marc Márquez, el niño que seguía jugando

Por primera vez en mucho tiempo, el español comenzó la carrera con la ilusión de antaño.

Marc Márquez cruza la meta de Sachsenring para ganar 581 días después
Marc Márquez cruza la meta de Sachsenring para ganar 581 días después

Hay dos tipos de pilotos profesionales. Aquellos que ven las carreras más como un trabajo, y aquellos que las ven más como un juego. Esa dicotomía trabajo/juego no es cerrada, ya que no es todo blanco o negro; sino que se trata de un espectro: casi todos se mueven en una escala de grises. No en vano, una de las suertes de su profesión es que empezó como un hobby.

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No hay duda de que Marc Márquez es uno de los pilotos que se toman las carreras como un juego. En su casi, si existe el gris, es casi imperceptible: está en el extremo de la dicotomía. Eso le ha reportado innumerables éxitos y seguidores, al tiempo que le ha granjeado un buen número de decepciones y antipatías.

En Jerez 2020, salió a jugar con la ilusión del niño que se reencuentra con sus compañeros de clase después de las vacaciones más largas que se recuerdan, confinamiento mediante. Tal era el nivel de ilusión que la primera caída no pudo mermarla un ápice. Tan feliz estaba que se levantó y volvió a jugar.

Aquello acabó como el rosario de la Aurora. En el hospital, concretamente. Un carrusel de intervenciones y complicaciones dejó a Márquez casi un año sin jugar, e incluso cuando pudo volver no podía disfrutar como antes. Ni siquiera en su vuelta en la montaña rusa de Portimao, que en otro contexto le hubiese hecho disfrutar como nunca. Porque, como Oliver y Benji, Márquez solamente juega para ganar. Asume la derrota como parte del juego, pero sentirse incapaz de luchar por ganar le supera.

Aunque ya en Mugello y Montmeló había dado indicios de estar recuperando la ilusión, la sonrisa reapareció en Sachsenring, donde pese a estar todavía lejos de su plenitud física sí se vio en condiciones de jugar como le gusta. Incluso sabiendo que seguramente no podría ganar, se sentía feliz por el simple hecho de poder salir a intentarlo.

Encima era su parque favorito, el del tobogán más grande de todos. El que nadie había conseguido bajar tan rápido como él.

Marc Márquez abre hueco respecto a sus perseguidores
Marc Márquez abre hueco respecto a sus perseguidores

Por primera vez en mucho tiempo, comenzó la carrera con la ilusión de antaño. Se puso primero y decidió no mirar atrás, ya que al fin y al cabo solamente tenía que llegar hasta donde pudiese. Ya le había sucedido en Le Mans, pero aquello fue casi por casualidad, y duró poco: quiso jugar por encima de sus posibilidades y se cayó, exactamente igual que en Mugello y Montmeló.

Entonces sucedió. Aparecieron unas pocas gotas en el asfalto de Sachsenring. Suficientes para cambiar el curso de la historia. En ese momento, los pilotos se pusieron el modo de trabajo, entrando en una especie de impasse en el que se limitaron a esperar los acontecimientos para saber si podían volver a apretar como antes o si les tocaría entrar a por la segunda moto. No todos. A Marc Márquez se le dibujó una sonrisa debajo del casco: era su momento.

Pasando al lado del patio de un colegio a la hora del recreo, se ve una marabunta de niños y niñas jugando. Si de repente se pone a llover con fuerza, se irán corriendo en busca de un refugio en el que esperar a que escampe para volver a salir a jugar. A veces, un niño se queda jugando solo, por la sencilla razón de que está tan feliz que ni siquiera se da cuenta de que se está empapando.

En Sachsenring, ese fue Marc Márquez: el niño que seguía jugando.

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