El 26 de marzo de 2017, Maverick Viñales rubricó un fin de semana perfecto en su estreno con Yamaha, ganando desde la pole al batir en el mano a mano a Andrea Dovizioso. Un inicio inmejorable que se acabó convirtiendo en un arma de doble filo, ya que generó unas expectativas altísimas: todo lo que no fuese luchar por el título mundial sabría a poco.
Exactamente cuatro años después, el 26 de marzo de 2021, arrancaba su quinta temporada en Yamaha con el mismo objetivo pero cada vez con un equipaje más pesado: en sus cuatro cursos anteriores nunca estuvo de lleno en la pelea por ser campeón, pasando de ser designado como posible némesis de Marc Márquez a ver cómo marcas como Ducati o Suzuki les pasaban por encima.
Cuatro años peleando contra el resto de marcas y pilotos, logrando podios esporádicos y victorias excepcionales. Construyendo unos buenos números para la mayoría de pilotos, insuficientes para alguien cuyo destino no es otro que grabar su nombre en una placa metálica y añadirla al trofeo de MotoGP.
Nadie sabe si a la quinta podrá ir la vencida, pero la sensación es que algo ha cambiado. En Qatar, desde el mismo viernes en que se cumplían cuatro años de aquel inolvidable triunfo, no se centró en ver qué hacían sus rivales. Supo que estaba compitiendo contra sí mismo.
Fue como si en el videojuego de MotoGP, hubiese abandonado el ‘modo carrera’ para activar el ‘modo fantasma’: esa modalidad en la que el jugador compite contra el fantasma de su mejor vuelta. Ayer en Losail, Viñales no estaba peleando contra las Ducati: lo estaba haciendo contra el fantasma de hace cuatro años. No en vano, había sido el último piloto capaz de doblegar a Dovi en el desierto catarí.

Sabía que pese a la velocidad de las Ducati, tenía ritmo para ganar. Dicho de otra forma, tenía el potencial para cubrir la distancia de carrera en menos tiempo que nadie. Aunque faltaba la parte más difícil –aplicarlo en carrera-, partir con el convencimiento de que si podía ejecutar su plan nadie le ganaría le devolvió la confianza con la que arrancó en aquella carrera de 2017 en la que se sentía invencible.
Por eso no se inmutó cuando vio cómo Jorge Martín le superaba en la salida habiendo partido 14º en parrilla como si hubiese puesto el modo fácil en el videojuego. Tampoco al verse detrás del recién llegado a su box Fabio Quartararo. Su gesto no se turbó un ápice al ver cómo las Desmosedici devoraban la recta de Losail como si estuvieran en las salinas de Bonneville.
Él se mantuvo fiel a su modo fantasma, centrado a su plan de hacer cada vuelta lo más rápido posible y convirtiendo los adelantamientos en meros trámites. Si las Ducati volaban en recta, él lo hacía en curva, así que solamente tenía que escoger bien el momento de superar a las motos italianas para poder seguir centrado en el modo fantasma.
Al final, cruzó la línea de meta después de 42 minutos, 28 segundos y 663 milésimas. Un tiempo que, pese a dejarse ir ligeramente en los dos últimos giros, fue mejor que el logrado por Dovi los dos últimos años. Y aunque no se puede comparar el tiempo con el de 2017 (hubo dos vueltas menos), la velocidad media fue claramente superior a la de entonces.
En definitiva, Viñales activó el ‘modo fantasma’, se olvidó de lo que podían hacer sus rivales para centrarse en hacer lo que mejor sabe y nadie pudo cubrir la distancia de carrera más rápido que él. Al fin y al cabo, en eso consiste este deporte.