Cuando Maverick Viñales fichó por Yamaha para la temporada 2017 de MotoGP, su misión era tan clara como difícil: destronar a Marc Márquez. Tan prometedor fue su inicio con dos victorias consecutivas y una tercera en la quinta carrera, que las expectativas levantadas fueron majestuosas. Sin embargo, después de aquello estaría 28 carreras sin ganar hasta Australia 2018, logrando solo dos victorias en 2019: Assen y Sepang.
Desde entonces, tuvo que ver a seis pilotos ganando en las siete carreras siguientes: primero fue Marc Márquez cerrando el año en lo alto en Valencia, y en este 2020 a otros cinco distintos ganando en las seis primeras carreras ante la ausencia de Márquez.
No es solo eso: cuando Márquez se lesionó en el GP de España y terminó de romperse tras el GP de Andalucía, el abanico de candidatos al título de MotoGP se abrió para un nutrido grupo de pilotos en el que todo el mundo señalaba a tres. De todos los candidatos que hay, hay tres a los que solo les vale el título: Andrea Dovizioso por haber sido subcampeón los tres años anteriores, Fabio Quartararo por haberse postulado como la gran esperanza joven y, por supuesto, Maverick Viñales, tercero en 2017 y 2019.
Si hace tres años su misión era destronar a Márquez, con el trono vacante todo lo que no sea ser campeón supondrá una decepción para el propio Viñales. Con toda la presión del mundo sobre sus hombros, comenzó el año con dos buenos segundos puestos en Jerez, un trazado que nunca le ha gustado y en el que solo sucumbió ante Quartararo, para quien el trazado que porta el nombre de Ángel Nieto es poco menos que el patio de su casa desde el CEV.
Eran dos podios que tenía que hacer buenos en la gira centroeuropea, cosa que no hizo. En Brno, mientras las otras dos Yamaha de fábrica sufrían –y Franco Morbidelli con su YZR-M1 A-Spec se estrenaba en el cajón-, Viñales se hundía hasta la 14ª posición. Peor le iría en Austria, donde fue protagonista por dos accidentes que podrían haber acabado muy mal: en la primera carrera –en la que partía desde la pole- le pasaron dos motos desbocadas a centímetros, y en la segunda tuvo que tirarse de la moto en marcha al quedarse sin frenos.

En tres carreras había pasado de ser segundo a diez puntos del líder a ser quinto a 22 puntos. Tras dos semanas de descanso llegaba la doble cita en Misano. Tenía que reaccionar, y rápido. En la primera hizo la pole… y en carrera volvió a naufragar hasta acabar sexto, mientras Morbidelli ganaba y Rossi acariciaba el podio.
Y así llegaba el GP de la Emilia-Romaña, la cita que marcaba el ecuador de esta extraña temporada. De nuevo desde la pole y cada vez con más dudas a su alrededor. No conseguía trasladar la velocidad a una vuelta a ritmo de carrera y la victoria no llegaba. Para colmo, sus dos teóricos rivales ya habían conseguido subir a lo más alto del podio, mientras se estrenaban pilotos con mucha menos experiencia en MotoGP como Brad Binder, Miguel Oliveira y Franco Morbidelli.
Por fin consiguió salir bien, uno de sus hándicaps los últimos cursos. Tener pilotos delante le impide realizar la trazada idónea, aquella con la que es veloz como casi nadie. Tampoco ayudan las características de la Yamaha a la hora de adelantar, ya que con pista libre puede compensar la falta de aceleración con paso por curva, pero con pilotos delante la tarea se complica.
Por eso es vital la salida, y por fin la clavó. Después se vería superado por Pecco Bagnaia, que tenía un ritmo endiablado y se le escapó en pos de una victoria que parecía casi segura. Una vez más, Viñales estaba viendo cómo otro piloto se dirigía a lo más alto del podio… hasta que Bagnaia se cayó y dejó vía libre al español, que no falló.
Habrá quien piense que Maverick Viñales se encontró la victoria, y tendrá su parte de razón. Se la encontró porque la estaba buscando, y porque no se cebó en la persecución a Bagnaia. Cualquiera en su lugar lo hubiera hecho, sobre todo viendo cómo tantos pilotos jóvenes desfilaban por lo alto del podio de la clase reina.

Lo que sucede es que si hay una palabra que define a Maverick Viñales es resistencia. Ni en los peores momentos ha dejado de confiar en que el título de 2020 puede ser suyo. Ni cuando salió del tríptico centroeuropeo con ocho puntos de 75 posibles. Viendo cómo todos sus rivales también fallaban cada dos por tres, sabía que cada punto podría valer su peso en oro.
Sumar todos los puntos posibles y aprovechar cada resquicio para ganar o hacer podios. Un plan que contra Márquez se tornó insuficiente (bien lo sabe Dovi), pero que sin el de Cervera puede ser la receta para ser campeón del mundo.
Al fin y al cabo ya le funcionó. Si bien es cierto que con el tiempo se recuerda mucho más quién fue el campeón que cómo llegó al título y que ya han pasado siete años desde que conquistó el Mundial de Moto3, todo el mundo recuerda perfectamente que se decidió en la última curva ante Álex Rins.
Lo que igual no se recuerda tanto es lo que pasó hasta entonces. Viñales había empezado el año con dos segundos puestos en Qatar y Austin, seguidos por dos victorias en Jerez y Le Mans. A partir de ahí, fue como si se le hubiera olvidado cómo ganar, ya que estuvo hasta doce carreras sin subir a lo más alto del podio, viendo cómo Álex Rins, Luis Salom y hasta Álex Márquez triunfaban mientras él les miraba desde los escalones inferiores o se quedaba fuera del mismo.
Pero resistió. No hizo ni un solo cero en todo el año. No se puso nervioso en los metros finales, no se dejó llevar por el ansia de ganar ni una sola vez. Con 18 años, mostró una capacidad de resistencia impresionante, impropia de una edad donde es habitual acabar por los suelos cuando la necesidad de victoria aprieta. Ahora, con 25, conserva esa resistencia y la está poniendo en práctica con un objetivo muy claro: ser campeón del mundo de MotoGP.