Cuando todo el mundo se preguntaba qué más podía pasar, un rayo descargó su poder eléctrico sobre el mismísimo trazado de Mandalika. La tormenta amenazaba la carrera de MotoGP, con su distancia recortada -igual que la de Moto2- debido a que el asfalto se estaba empezando a levantar. Antes de tal distopía, los entregadísimos locales (cuya pasión siempre estuvo muy por encima de la organización del GP) vivieron una poco común imposición de jerarquías en Moto3.
Con un avión azul celeste, Dennis Foggia voló hacia una victoria que le confirma como favorito mientras Carlos Tatay se colaba entre la dupla de GasGas, con Izan Guevara presentando su candidatura y Sergio García arañando buenos puntos. Además, el local Mario Aji terminó 14º, mejor resultado de la historia de Indonesia.
Ya sin pilotos locales, el delirio llegó desde el país vecino de forma totalmente inesperada. Mientras los tres integrantes del podio de Qatar volvían a verse las caras (con Celestino Vietti reafirmándose por delante de Arón Canet y Sam Lowes), el tailandés Somkiat Chantra se marchó como un rayo para firmar una victoria tan contundente como histórica.
Es la primera victoria en la historia de Tailandia y la primera en una categoría tan alta para cualquier país asiático aparte de Japón. Por eso es un triunfo que va más allá de Chantra y de Tailandia: significa que la Asia Talent Cup funciona y, sobre todo, supone un rayo de esperanza para todos esos incipientes países en general y para Indonesia en particular.
Fue entonces cuando la épica tailandesa dejó paso al surrealismo indonesio. El cielo de Lombok se abrió de par en par y el rayo antes mencionado fue el preludio de un diluvio que anegó en cuestión de minutos el asfalto, dejándolo absolutamente impracticable. Por muy bien que drenase, si no bajaba la intensidad de la lluvia, el plato fuerte tendría que esperar al lunes.
Fue ahí cuando, mientras los fans locales gozaban de lo lindo en la grada como si la lluvia fuera parte del programa, toda Europa se frotaba los ojos ante la irrupción de una señora con un cuenco metálico en la calle de garajes. Quienes decidieron madrugar para ver MotoGP se pellizcaban para confirmar que habían despertado. Quienes llevábamos toda la noche en vela nos preguntábamos si la falta de sueño nos había conducido al delirio.
El ritual funcionó, tal y como funcionan las cosas que se hacen buscando conseguir algo que está destinado a suceder sí o sí. Sea como fuere, la carrera comenzó (sin Marc Márquez, lesionado en el warm up) y tres pilotos necesitados de un gran resultado pudieron llenar sus cuencos de optimismo.
Desbordó su cuenco Miguel Oliveira, que tras sumar solo ocho puntos y hacer siete ceros en las diez últimas carreras, daba una lección magistral de pilotaje en mojado para llevarse el triunfo entre dos galos: Fabio Quartararo, que volvía al cajón tras cinco carreras para ahuyentar los fantasmas cataríes; y Johann Zarco, que llevaba doce carreras sin oler el podio.
