Comparativa: Honda CBR250 R ABS, KTM 200 Duke y Suzuki Inazuma

Pues nada, ahí nos tienes embarcados en una nueva aventura a lomos de la Honda CBR250 R ABS, KTM 200 Duke y la uzuki Inazuma atravesando la meseta central en uno de esos días en los que hace un frío que se le cae la cola al perro. Nuestro objetivo: llegar sanos, salvos y a tiempo a la boda de nuestro amigo y compañero Sergio Romero. ¿Quién dijo miedo?

Marcos Gil, Marcos Abelenda y Marcos Blanco. Fotos: Juan Sanz. Colabora: Aránzazu Acisclo

Comparativa: Honda CBR250 R ABS, KTM 200 Duke y Suzuki Inazuma
Comparativa: Honda CBR250 R ABS, KTM 200 Duke y Suzuki Inazuma

Tú, lector atento y fiel donde los haya, ya te habrás dado cuenta de que de un tiempo a esta parte hemos iniciado en la revista La Moto una serie de comparativas especiales, diferentes y en algunos casos hasta delirantes. Primero fueron las maxitrail con Luis «Merkel» López y Pepe «Cameron» Burgaleta como protagonistas en un intento por determinar si la alemana BMW R 1200 GS sigue siendo la reina del segmento tras la llegada al mercado de la Triumph Tiger Explorer. Después fue el turno de los maxiscooter, con los que nos embarcamos en una descabellada prueba a modo de gymkhana que llevó a Sergio Romero, Óscar Pena y Andrés García a meterlos en el circuito del Jarama e incluso a dar una vueltecilla por los caminos y pistas para corroborar lo que ya todos intuíamos sin siquiera poner nuestros traseros sobre sus cómodos asientos. Finalmente, y animaos por la buena acogida por vuestra parte en forma de numerosas cartas animándonos a seguir viéndonos sufrir que hemos recibido en la redacción, ya el mes pasado pudiste leer el último ejemplo de estas «idas de olla» que además nos sirven para escapar de la monotonía que todo trabajo lleva implícito: un mano a mano entre dos de las motos más económicas de la actualidad para ver cuál de ellas se llevaba la palma en el difícil compromiso entre una moto que ofrezca unas cualidades dinámicas que te permitan divertirte y que lo haga con el mínimo gasto posible. Y así, llegamos al inicio de este proyecto.

9:00 de la mañana y en la redacción de La Moto nos disponemos a plantear los contenidos del siguiente número tras la resaca del cierre del anterior. Pronto surge el en cierto modo por todos temido momento de ver qué locura podríamos hacer para superar las anteriores aventuras que te he resumido. En todo esto, siempre es Pepe el que se lleva la palma en lo que a predisposición a hacernos sufrir y salirnos de lo convencional se refiere. «Esclavos míos, he pensado que lo siguiente que nos tocaría hacer tendría que ser con un tipo de moto con el que no nos hayamos prodigado en exceso». Miradas de alarma entre los asistentes y caras de hoy habría sido un día perfecto para haber hecho como nuestros «queridos» congresistas y haber faltado con la excusa más peregrina a este pleno. Pero así somos y entre que nos debemos a vosotros y a que donde manda patrón (y Pepe, como se ha encargado de rebozarnos por la cara durante muuuuuuchos días, casi lo es tras aprobar varias asignaturas «sin tener que recurrir a la academia de Pedrosa»…) no manda marinero, pues seguimos escuchando con el culo más apretado que de costumbre.

«Pues como os iba diciendo he decidido que el segmento de las dos y medio, que últimamente está creciendo, debería ser en el que nos deberíamos centrar. Pero no quiero un Cuerpo a Cuerpo normal. Quiero que hagamos (Nota del que esto escribe: esto equivale, como luego pudimos comprobar, a quiero que hagáis) algo diferente, impactante, algo que la gente no suela hacer con este tipo de motos: un viaje. ¿Habéis leído el libro Solo de moto, en el que un chaval coge su Ducati 49 cc o 75 cc, no recuerdo bien ahora, y decide de forma improvisada coger carretera y manta y marcharse a la playa en busca de guiris a las que apretarse? Pues algo así». ¡Ay, Dios, la que nos espera! Lo de la playa sonaba bien, pero dadas las fechas invernales no nos cuadraba del todo así que pensamos en otros objetivos posibles: Pingüinos no nos sirve porque todavía queda… ¿Dónde vamos? Bueno, ya se nos ocurrirá algo, y así seguimos con la reunión de contenidos esperando que el hada de la inspiración apareciese.

Y ésta llegó en la también habitual reunión de redacción que religiosamente mantenemos todos los días en lo que digamos es nuestra redacción Beta: el bar de la esquina. Aún me arrepiento, pero tengo que reconocer que el bocazas fui yo y, como no me funciona bien el cerebro hasta media mañana, en mi cabeza hubo un mal cruce neuronal que me llevó a emparejar dos ideas que nunca, jamás, deberían haber sido emparejadas. «Esto… que digo yo que se nos echa encima la boda de Sergio (Romero, nuestro gran amigo y compañero de Motociclismo y prota de la genial serie de artículos El año que corrimos peligrosamente, sobre las Road Races británicas que publicamos hace unos años) y no hemos hablado de cómo organizarnos para ir, así que se me ocurre que podíamos aprovechar e irnos unos cuantos para allá con las 250». Y me quedé tan ancho. Las caras de haba de mis compis contrastaban con la de satisfacción de Pepe al que le encantó la idea. «Compro, la idea y no sabéis cómo siento no poder participar porque nos lo íbamos a pasar de cine. Yo ya he hablado con los de BMW para que me dejen un coche de prensa para ir Paula.

Engaña a otros dos para que sean tus compañeros de ruta, que cada uno elija un tipo de moto y un equipamiento acorde con ella… y nada de repetir, tienen que ser diferentes». Y aquí comenzó mi ronda de negociaciones en las que sudé tinta. Todo el mundo se hacía el longui. Quizá te ayude a comprender su actitud esquiva el hecho de que al amigo Sergio no se le había ocurrido casarse en Los Gerónimos, no, sino un poco más lejos. En el Norte de León. Ahora lo entiendes, ¿no? No los culpo porque además deberíamos huir bastante de las autovías y el tiempo ya era plenamente invernal. Tras probar a apelar a la amistad y a la pena, al final en otra de esas reuniones en la redacción Beta tuve que tirar de una estrategia que normalmente suele surtir efecto: «¿Qué pasa? ¿Es que nadie tiene pelotas a acompañarme o qué?». Oh, qué bien funcionan estas palabras mágicas.

A la vista de los resultados de mi reclutamiento forzoso, no hay estudios que lo prueben, pero yo creo que los Marcos debemos tener un gen defectuoso que nos predispone especialmente a hacer el tonto ante la más mínima insinuación de que no tenemos valor para hacer cualquier locura. Sí, porque los dos únicos que dieron un paso al frente fueron mis tocayos de a redacción: Marcos Blanco, de nuestro Centro Técnico, a partir de ahora el Sr. Blanco para entendernos, y Marcos Abelenda, el gallego de nuestra redacción hermana Moto Verde, por lo que obviamente denominaremos Sr. Verde. Un par de insensatos… Así, que les expliqué las reglas del juego: un estilo de moto, un equipamiento y en éstas se nos sumó inesperadamente el cuarto componente de la Operación Boda, ya que a nuestra compañera de redacción Arancha le hizo tanta gracia el asunto, recordando lo bien que se lo pasó cuando nos la llevamos a Pingüinos, que no hubo manera de quitarle la idea de la cabeza. En cierto modo nos venía bien para obligarnos a elegir entre las tres motos candidatas una que cuidara especialmente bien al pasajero.

Cómo no, el Sr. Blanco se ofreció galante a ser su chófer ya que tenía en mente su elección para la comparativa. «Lo tenía clarísimo, la nueva Inazuma es la opción más acertada para emprender este titánico viaje. No solo por ser la novedad más reciente, aunque se ha hecho de rogar, ya que vimos sus primeras imágenes hace ya más de dos años, sino porque siendo una bicilíndrica confiaba en que su rango de acción cubriría, no solo un placentero uso diario, sino también este intrépido viaje». Yo sé que en parte lo hizo porque «le tiran los colores». Tiene una GSR y ambas tienen reminiscencias de la B-King, pero también que lo hizo porque es realmente amplia y él es el más alto de los tres con diferencia. «Solo su estampa es ya un poderoso reclamo. De la B-King, hereda no solo la disposición de los intermitentes delanteros en los laterales del depósito o la particular máscara del faro; sino una considerable amplitud que nos instala a sus mandos a los pilotos de mayor tamaño mucho más cómodamente. Con mis 1,76 m llevaba en ella los brazos un tanto estirados y las piernas demasiado flexionadas, así que durante el viaje tuve que estirarlas de vez en cuando. Eso sí, como podéis ver en las fotos, “la pari” también iba perfectamente acomodada»…

 

«La idea de recorrer un montón kilómetros sobre una utilitaria de “dos y medio”, con la estación invernal desplegando toda su crudeza, y atravesando la llanura leonesa, no parecía a priori muy apetecible… Pero un “¿a que no los hay?” de mi compañero Marcos Gil bastó para acallar en mí la voz de la cordura, despertando a su vez mi espíritu de reto, ése que los del norte nunca esquivamos. La suerte está echada y ahora toca escoger montura. Como apasionado al «off road» que soy, valoro el no conducir con demasiadas prendas que me resten libertad de movimientos, por lo que tengo claro que deberá ser la propia moto la que me proteja del gélido viento en los tramos de autovía, sin que ello limite mi diversión cuando la carretera se retuerza –no por ir muy rápido, sino porque a mí me lo parezca-. Ello pasa por escoger un modelo con carenado, y la CBR 250 se me antoja una opción más que acertada, también por su diseño moderno y juvenil, a la par que elegante. La mejor imagen con la que uno puede aparecer en una boda. Además, su posición de conducción rehúye de la radicalidad que podrían inspirar las siglas CBR, con unos semi-manillares suficientemente elevados y atrasados como para no ir demasiado amorrados sobre el tren delantero. Gracias a ello, se reduce mi envidia hacia Gil y el alto manillar de su KTM», che, señor Verde no se me adelante que aún no he presentado a mi moto elegida.

Efectivamente, la cabra tira al monte y aunque hace tiempo que no me prodigo por los kartings, el supermotard me chifla, así que opté por la KTM 200 Duke en su versión sin ABS. Nada de medias tintas. Deportividad total. Sí, ya sé que no llega a la cilindrada pactada, pero su déficit de centímetros cúbicos los suple con su carácter y ligereza respecto a CBR e Inazuma. Rehuyendo de la autopista, confiaba como así fue, en compensar en los puertos de montaña y carreteras secundarias el tedio y la ventaja en términos de comodidad y prestaciones de la que gozarían los otros Marcos. ¿Que eso suponía tener que ir en mono? Pues bueno, antes muerto que sencillo. Así que nada, ya tenemos al Sr Naranja, las motos listas y llenas de gasolina y nuestros disfraces de boda en el coche de Pepe.

Nuestro plan pasaba por salir lo antes posible para conseguir completar el viaje en el día teniendo en cuenta que en la medida de lo posible eludiríamos la autovía para darle gracia al asunto, aunque estas máquinas se manejan con suficiencia a ritmos legales. De hecho éste es el primer ambiente en el que nos movimos de camino a la sierra madrileña una vez que escapamos del atasco diario de la M-30. Por cierto, en éste comienzo a reafirmarme en mi elección, ya que la Duke no tiene rival entre coches. Más de 30 kilos menos, una estrechez propia de una moto de off-road y unos retrovisores que no coinciden en altura con los de los coches son mis ventajas. Sin embargo, procuro no rearme mucho porque sé que a quien le toca sufrir inmediatamente después será a mí como nos explica el señor Blanco: «como digo, el señor Naranja no me da del todo envidia, ya que yo sobre la Honda también puedo mantener una posición cómoda y sostenible durante muchos kilómetros y ante las peores condiciones. Tampoco quedan forzadas las piernas sobre las estriberas, poco atrasadas y a buena distancia de un asiento que aun así permite llegar bien al suelo a los que somos más bien bajitos, lo que no me viene mal porque a veces no paso entre dos coches y tengo que detenerme. Pero una vez en la autovía, empiezo a alegrarme de mi elección mientras veo al señor Naranja tratando de que el aire le dé lo menos posible. Calor no vas a pasar amigo…» Efectivamente, con la Duke todo el frío me da de lleno y a menos de cien kilómetros de la salida ya no noto mis partes nobles porque tengo un chorro directo que canalizan mis muslos hacia el elástico del mono. La concesión a la moda me la está jugando. Para colmo, me cuesta seguir el ritmo de los Marcos.

En realidad puedo, pero forzándola y no quiero liarla, así que busco mi crucero de 115-120 km/h y ale. En la primera parada para repostar comentamos la jugada y tanto el señor Verde como yo comenzamos a quejarnos de lo mismo. «Para este tipo de “tiradas”, se agradecería un mullido más blando –claro, mi educación motera es “de campo”, y no acostumbro a ir sentado tanto tiempo en una moto…-. Que no nos escuchen éstos, pero entre tú y yo, ¡qué bien se les ve a Blanco y Arantxa sobre el asiento/sofá de la Inazuma!». Asiento (nunca mejor dicho) y sin verbalizarlo me digo que ya quisiera para mí el de su CBR en lugar de la tabla con aristas de la KTM. Pero el destino me sonríe y los engaño para tirar hacia carreteras más divertidas, o sea, acordes para mi moto aprovechando que el sol sale y nos permitirá tumbar algo más de los 0,2 grados que hasta ahora hemos inclinado en las rotondas y curvones de autovía. Estoy de suerte y aceptan durante lo que dura un depósito, a la postre el mío, ya que es siempre el que antes rinde el alma. Sin duda es éste el mejor tramo del viaje para mí y el tándem que formamos el señor y la señora Naranja comienza a funcionar hasta el punto de que me pongo plasta para que repitamos uno de los puertos que me ha encantado en su ascensión mientras Arancha recupera fuerzas y calorías en el bar que lo corona. Hecho esto, la adrenalina resetea nuestro cansancio, que ya se va notando, y nos infunde nuevos ánimos al tiempo que nos hipoteca el resto del recorrido. Para mi desgracia, y cuando más arrecia el frío debemos aligerar el ritmo y trincar la autovía. Dios, ¡qué pereza! ¡y qué frío! Mis espermatozoides se están criogenizando sin necesidad de nitrógeno líquido. Se me quitan hasta las ganas de hablar, ¡que siga otro!

«El señor Blanco y el señor Naranja que digan lo que quieran, pero yo, os aseguro que durante nuestro viaje el frío que hace no es para tanto y eso que llevo guantes de cuero más bien deportivos, ya que a mí eso de las manoplas y los guantes de nieve para andar en moto no me van. En cuanto a mi Hondita, qué decir. Pues que la potencia de su motor resulta suficiente en zonas urbanas, pero llega a ser justa para mantener cruceros ligeros en vías de máxima velocidad. Ver 120 km/h en el claro –y atractivo, de noche- marcador no presenta mayores dificultades, ni tampoco pasar de ahí un poco más, incluso en pendientes medianas, aunque siempre sin abandonar demasiado el «gas a fondo» y con bastante paciencia en recuperaciones y adelantamientos. En carreteras secundarias, con buenas curvas en subida, la «dos y medio» roja también se defiende con soltura y me obsequia con momentos de diversión, aunque más por el estupendo comportamiento de la parte ciclo que por las prestaciones del motor. ¡Qué diferencia en aceleración con una fulgurante 250 4T de cross! ¿El remedio que encontré? Tan sencillo como matemático; si no acelero durante más de tres de segundos seguidos, mejor bajo dos marchas antes de volver a abrir gas.

Con ello puedo mantener el ritmo de la Duke de Gil, que se me escapa en las curvas, y el de la Inazuma de Blanco, que me apura a la salida de ellas». Eh, eh, eh… había dicho que no hablaría en un rato, pero esto es intolerable. Por mucho que diga el señor Verde, ni de coña se acercaba al colín de mi Duke en los puertos, ya fuera subiendo gracias a mi cambio más cerrado y mayor ligereza o bajando, donde mi chasis y frenos son los mejores con diferencia. Ahora sí, prosiga señor Verde. «Gracias, aunque no estoy del todo de acuerdo… Bueno, sigo. También me ayudan las equilibradas suspensiones de mi «Hondita», suficientemente cómodas en tramos bacheados pero sin pecar de excesivamente blandas en un trato más deportivo. Lo mismo cabe decir de los frenos, y eso que al principio no me encontré demasiado cómodo con eso del sistema combinado, pues no me parece natural que la horquilla se hunda al tocar el freno trasero en mitad de curva -¿ya mencioné que vengo de la moto todo terreno?-. Pero la verdad es que al final resulta cuestión de adaptación, pues mi confianza aumentó al ver la elevada eficacia con la que la Honda se detiene, sorprendiéndome también en este sentido el buen hacer del ABS, todo un aliado con el termómetro tan bajo y el escaso tacto de las manos semi congeladas».

«Coincido en lo del frío, pero sobre la Inazuma, la acción del gélido viento, no supone ningún problema dado mi equipamiento y la velocidad de crucero que llevamos. Sin embargo, elementos como las dos salidas de escape por ambos laterales y abajo -a diferencia de la saga B-King/GSR 600- no solo refuerzan la imagen de moto grande, sobre todo si la divisas desde atrás, desde donde parece una 500 por lo menos, sino que todo esto lógicamente incide en su peso, que se va hasta los casi 182 kg con su depósito lleno. Los ritmos de viaje pueden llegar a ser por encima de los límites legales, llegando a ver 146 km/h en el reloj, eso sí cuando no llevas a nadie de paquete». Amigo, pero no es el caso, y por eso Verde y yo nos reímos de ti cuando como cuando ya hace unos cientos de kilómetros la carretera parecía una serpiente o como ahora que ya casi estamos en nuestro destino y la carretera pica hacia arriba de forma irremisible al igual que mi ánimo al pensar ya en el calorcito de una buena ducha y las ganas de contarles a Pepe, Luis y el resto de la tropa lo bien que lo hemos pasado con nuestras 250, motos más capaces de lo que aparentan a priori. La que os habéis perdido.