Tras un accidente con una Yamaha RD350 (mi cuarta moto) en el que acabamos mi novia (ahora mujer) y yo en el hospital, compré una Honda Revere 650 con la promesa de no volver a subirme en una moto mínimamente deportiva. Fue entonces cuando me enamoré del famoso tacto Honda y de su fiabilidad.
Descubrí con aquella moto el placer de los largos viajes a dúo con varias salidas por Europa. Pero a pesar de ser una estupenda moto, siempre echaba de menos el carácter deportivo y canalla de aquella RD350 cuando salía en solitario a curvear. Así, después de 165.000 km con la Revere sin un solo problema y aunque estaba muy contento con ella, rompí mi promesa y apareció la Hornet como la candidata perfecta a esa carencia de deportividad que tenía cuando salía solo.
Desde el principio la Hornet me pareció una moto con la que podría viajar cómodamente como con la Revere, y al mismo tiempo divertirme en solitario como con la RD350. Por polivalencia, me parecía mejor opción una Transalp como la de mi amigo Luis, que además tiene el motor que ya conocía, pero yo que soy de «talla encogida» me veía más en el suelo que de pie con una trail.
De dos a cuatro
La Hornet llegó en el verano de 2006. Después de comprarla y tras ir haciéndome al cambio del bicilíndrico al tetra, me di cuenta de que iba a ser mi compañera por muchos años. Lo que más me impresionó de ella, curiosamente, no fue la potencia ni la agilidad, sino los frenos: potentes, dosificables y que con la horquilla invertida se pueden aprovechar al máximo. A medida que fui cogiendo confianza y después de cambiarle aquellos Pilot Road que venían de serie, empecé a rascar estriberas por mis carreteras de curvas favoritas y a pasármelo como un enano, y poco a poco le fui añadiendo extras para los viajes a dúo; un kit de herrajes de quita y pon para tres maletas, bolsa sobredepósito, toma de corriente y enganche para GPS, pantalla y cubremanetas para soportar mejor el viento y el frío…
La primera vez que Mónica se subió en ella lo hizo con recelo. «No suena como la Revere, esto suena a deportiva, a molinillo, no me gusta ni un pelo», pero a base de ir despacio y con suavidad se fue convenciendo, y la comodidad del asiento y posición de sus estriberas hicieron el resto. Yendo a plena carga en curvones amplios, a pesar de que flanea un poco, es mucho más estable que nuestra anterior moto. Para realizar adelantamientos es más segura, solo hay que acordarse de subir el motor hasta 8.000 vueltas para que empiece a tirar con ganas.
La mayoría de los kilómetros los he hecho yo solo por carreteras de curvas cercanas y algunas veces he llegado a meterme por pistas facilitas para no perderme los mejores paisajes. En esas ocasiones es donde echo de menos una trail, pero nunca me he caído por estos sitios y la única secuela que tiene es un pequeño llantazo. Y eso que me he encontrado con alguna pista aparentemente fácil al principio y que al final ha acabado convirtiéndose en un auténtico camino de cabras.
Viajes
Todos los años caen un par de viajes largos a dúo. En 2010 repetimos la ruta del viaje de novios que habíamos hecho diez años antes por Francia y los Alpes suizos. También hemos recorrido buena parte de Portugal y casi toda España. El último viaje ha sido este verano, el recorrido por el Ebro que habéis publicado recientemente en la revista.
En este viaje nos pilló una tormenta de órdago en el misom delta del Ebro. Ha sido de las pocas veces que me ha cogido el agua con esta moto, pues aunque llueve bastante por Asturias, intento siempre esquivar el líquido elemento y no salir si está lloviendo. He llegado incluso a modificar la ruta de algún viaje tras consultar la previsión meteorológica.
Este verano ya ha cumplido ocho años y 100.000 km, pero en mi cabeza aún sigue siendo la moto «nueva» que saqué de la tienda. Está por fuera como el primer día y por su funcionamiento debe estarlo por dentro también. A base de rodar tanto con ella, acabas conociéndola tan bien, que es como una prolongación de tu ser y sabes cómo va a reaccionar en cada momento.
Por ese conocimiento tan íntimo de ambos, y por la ausencia de problemas, ni se me pasa por la cabeza cambiarla por otra. Estoy encantado con ella. Es, con el permiso de Mónica claro, mi otra media naranja y le seré fiel por mucho tiempo. Probablemente, dentro de unos pocos años nos veremos por aquí de nuevo para celebrar sus 200.000 km todos un poco más viejos… pero seguro que ella la que menos. Hasta entonces, ¡ráfagas a todos!