La pequeña senda asfaltada serpentea colina arriba, hasta llegar a una pequeña iglesia a la derecha, con el parque de bomberos a su izquierda, hay tilos milenarios delante, con abejas atareadas zumbando y sorbiendo néctar de las flores. Por detrás se encuentra la granja de los Deixelberger, que es también el centro de Gräbern, una serie de casas dispersas que en total cuenta con menos de 200 habitantes. Y eso es todo lo que hay. Gräbern se encuentra en el centro del valle de Lavanttal, a 923 metros sobre el nivel del mar. En un día despejado se puede disfrutar de una vista de 50 kilómetros, desde los Alpes Seckau hasta los Karawanken.
Pero no he viajado a este paisaje de cuento de hadas para disfrutar del idílico paisaje. En realidad, mi intención es disfrutar del polvo y la gravilla. Sin embargo, ¿dónde se puede conseguir si en casi todos los lugares que conozco no lo está? Y cuando es posible, en realidad son recorridos bien cortos En mi región natal, el Sauerland, en el oeste de Alemania, una carretera asfaltada que sea tan estrecha como la que lleva a Gräbern está considerada una “pista de tierra”, y en casi todas hay en su entrada una señal de “prohibido el paso”. Aquí, en esta parte de Austria, en cambio, se llaman “Güterwege” (senderos), y, qué maravilla: está permitido el paso, también en moto. Incluso, y por lo que había oído, a veces donde acaba el asfalto.
Con conocimiento
Lo primero que tengo que hacer es preguntar a alguien que realmente conozca la zona. Y la mejor opción es Martin Deixelberger, restaurador y agricultor de la granja del centro de Gräbern. A sus veintitantos años, regenta aquí, en medio de la nada, un hotel especializado en turismo en moto junto con su compañera Paulina, su abuela y el aprendiz Fabian. Además del tractor y una serie de máquinas agrícolas, tiene una gran KTM 1290 Superadventure, que está más que sobrepotenciada para estas pequeñas carreteras, pero que espera pacientemente a Martin para sus excursiones campestres.

Suena el despertador a las cinco de la mañana, nos servimos un café doble directamente en el ventrículo izquierdo y nos ponemos en marcha. Martin se tambalea con pies ligeros, me resulta imposible seguirle. Pero como guía turístico experimentado, espera en cada desvío que pueda provocar confusión. Le sonrío y se pone en marcha de nuevo. Pero que no cunda el pánico, estoy de vacaciones, así que si me adelanta me lo tomo con calma, no hay prisa. En cualquier caso, al final tengo que avisarle para que vaya más despacio, unas ráfagas y lo entiende. “Déjame ir delante para poder parar a hacer fotos”. Al fin y al cabo, estoy haciendo un reportaje de este viaje y necesito plasmar el recorrido en imágenes.
A partir de entonces, las cosas se vuelven un poco más relajadas también para mí. Seguimos viajando por carreteras estrechas todavía asfaltadas. Luego subimos el Klippitztörl, un pequeño puerto a 1.642 metros, por una pista en buen estado. Nos detenemos a unos 1.500 metros y me dice que ya puedo apagar el navegador, ya no va a servir de mucho y así no se descubre la ruta. Vamos a partir de ahora a disfrutar de la tierra, es cuando se van a desvelar sus secretos: Caminos de grava, a veces simplemente sendas, y todas sin una señal de prohibición que nos impida seguirlas. Así que subimos fuera de la carretera hasta la cima de una montaña que no conozco, y experimento uno de los momentos más geniales de mi viaje fotográfico de cinco semanas por los Alpes de este año. Dejo volar el dron y nos hago una foto como superhéroes en la cruz de la cumbre. El tiempo se detiene. Ya ha pasado medio día y hay que pensar en comer, algo que es posible en un refugio de montaña. Allí nos sirven “Frigga” unos huevos con patatas, queso y bacon que tomamos para desayunar, pero es una comida tan contundente que podría servir para el resto del día.
Salimos de nuevo y ya es por la tarde. El calor sigue siendo agobiante en Carintia. Nos refrescamos primero y luego nos adentramos en el bosque. Seguimos sin ver una señal de prohibición, pero hemos debido adentramos demasiado y cuando queremos volver a salir, nos encontramos con una barrera y no vemos ninguna posibilidad de avanzar ni a la derecha ni a la izquierda. Poco a poco empieza a oscurecer y nos ponemos un poco nerviosos. ¿Encontraremos la salida antes de que se haga de noche? Para distraerme empiezo a cantar “Hansel y Gretel se perdieron en el bosque”. Me acuerdo de cuando tenía 15 años y montaba por el bosque de al lado de mi cass con una moto de cross de dos tiempos de 250 cc sin matrícula ni seguro, sin ni luces ni intermitentes. En aquella época no tenía conciencia del peligro. iba vestido sólo con un mono de mecánico, botas de agua y un casco en la cabeza. Realmente iba por el bosque demasiado deprisa, si hubiese tenido una caída seria, probablemente seguiría ahí tumbado hoy.

Ahora todo es diferente, vamos en moto con matrícula, carné de conducir, circulamos legalmente y, al menos yo, dispongo de una cabeza que evalúa los riesgos de una manera enormemente ampliada. Afortunadamente, antes de que oscurezca del todo, volvemos a tener asfalto bajo las ruedas e intercambiamos las motos. Martin ha puesto la palanca de freno a una distancia inalcanzable para mí. Utilizo mucho el freno trasero, pero no puedo usarlo en la KTM. Él, en cambio, lo tiene muy fácil con mi DesertX, y se me escapa enseguida.
Poco antes de llegar de nuevo al hotel, los jóvenes del pueblo nos paran. Hay cuatro chavales sentados junto a una fuente que están enfriando cervezas en el agua que fluye. “¡Venga, tomad un trago!”. Nos acogen con una gran hospitalidad. Les digo que no, que eso de beber y conducir es incompatible, pero insisten: “¡Venga, vamos!”. Martin me dice que sólo nos queda un kilómetro para llegar a la casa. Muy bien, ¡nos tomamos una! Los jóvenes y Martin hablan en dialecto del que no entiendo ni una palabra, pero es tan divertido que acabo sudando mucho del alcohol que he bebido mientras no dejo de reirme. Pero aún me queda algo dentro de mi organismo, y de vuelta al camino tengo un patinazo en la rueda delantera que quizá no hubiera tenido sin alcohol. La conclusión: es “Don’t drink & f***in drive!”.
El broche de oro en el jardín del “Deixelberger Hof” es un buen plato de salchichas de Carintia y otra gran cerveza fría. Todavía hace mucho calor, el grillo gorjea su canción y el tiempo resplandece a lo lejos. De camino a la cama, tengo otro gran resbalón, esta vez con el pie delantero.
Al día siguiente, Martin me vuelve a pedir que apague el navegador. No tengo inconveniente en hacerlo, porque estamos totalmente de acuerdo: si hacemos públicos los consejos de los expertos, se acabarán estas vacaciones paradisíacas. Sigo a Martin y me alegro. Cuando Martin tiene prisa y quiero seguirle, llego realmente a mis límites. Pero ahora su compañera Paulina está sentada detrás como pasajera y frena dinámicamente, así que puedo seguir el ritmo de la KTM razonablemente bien. En el lugar de Paulina, sin embargo, probablemente lucharía por seguir siendo el jefe de mi tracto metabólico.

Subimos otra montaña que no conozco, grandes nubes de tormenta vienen hacia nosotros, ¡una luz estupenda para las fotos! Acabamos delante de un refugio alpino, hago unas cuantas fotos más de nosotros dos. En el camino de vuelta las nubes tormentosas nos empujan para evitar que nos alcancen, pero la luz se vuelve aún más espectacular. Sin embargo, abandonamos el paisaje de la montaña y el aburrido tráfico de la ciudad hace que desista de hacer más fotos. Además, tenemos que seguir adelante, Martin y Paulina se van a ir de vuelta a la granja, y yo continúo mi viaje fotográfico por los Alpes. Por detrás de Wolfsberg, la subida es espectacular, y Martin vuelve a alejarse de mí mientras Paulina me saluda de nuevo. Sonrío bajo el casco, pienso en estos dos días de caminos por el campo de primera categoría y me doy cuenta de que ha sido genial, ¡me encantaría volver a hacerlo!