El 5 de julio de 2015, el piloto hispano estadounidense Kenny Noyes sufría un gravísimo accidente durante el warm up de la ronda de Motorland Aragón del Campeonato de Europa de Superbike del FIM CEV en el que defendía el título conquistado el año anterior.
Prácticamente nadie, más allá de su entorno más cercano, supo en los primeros momentos la gravedad real de lo sucedido en el trazado de Alcañiz. Tiempo después se fue sabiendo que la moto había rebotado contra el muro y le había golpeado en el casco. Que había estado muy cerca de perder la vida y que las secuelas eran realmente graves. Que su futuro era una completa incógnita. Que podía llegar a quedarse en estado vegetativo.
Quienes dibujaron esos pronósticos no contaron con dos cosas: una, que no estaban hablando de una persona normal, sino de un tipo extraordinario, capaz de ganar títulos de flat track en Estados Unidos (el AMA Pro Singles en 2000) y de velocidad en Europa (el mencionado Europeo de Superbike en 2014). Dos, que tenía lo más importante en su estado: una familia, sanguínea y elegida, que no iba a tirar la toalla. El #1 es fuerte, auguró Dennis Noyes.
A los 23 días abrió los ojos. Al mes salió de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico Universitario de Zaragoza rumbo al Instituto Guttmann de Barcelona. A los cuatro meses ya estaba en casa. A los siete meses empezaron a regresar muchos recuerdos. A los ocho meses se subió a la moto y se animó a conducir su coche. A los 16 meses volvió a rodar con su moto. A los dos años aseguraba que no cambiaría las motos por nada.
Cada paso era una curva dibujada con precisión. Los recuerdos compitiendo en moto ya eran de otra época: la pole en la tercera carrera de la historia del Mundial de Moto2 en Le Mans 2010, el quinto puesto en Valencia 2011, los mencionados títulos. Recuerdos que era importante tener, casi tan importante como no anclarse en ellos.
Por suerte, Kenny Noyes nunca había vivido de recuerdos. El fin de semana del maldito accidente, no pensaba en el número 1 que llevaba en el carenado. No salió al warm up como el campeón del año anterior. Salía con la única misión de revertir el fin de semana y acercarse a Carmelo Morales, que lideraba el certamen y tenía la pole. Noyes iba a salir cuarto y tenía que encontrar algo en la moto. Unas décimas que le permitiesen luchar por ganar.
Durante estos últimos cinco años, es exactamente lo que ha hecho. Trabajar con la vista puesta en el futuro, arañando cada milésima en la carrera más importante de la vida: la de ser feliz. Ya vuela a más de 3 kilómetros por hora.
Subiendo de velocidad 💪 es lo más rápido que he conseguido ir 😅
— Kenny Noyes (@KennyNoyes) June 12, 2020
Turning up the intensity. This is the fastest I’ve ever gone ✊️ pic.twitter.com/mu5GdT9hhN
No solamente no ha dejado de evolucionar en su recuperación, fascinando a propios y extraños. Lo ha hecho mostrando a las redes cada uno de sus progresos, y cada vez que lo ha hecho la algarabía festejando su evolución ha sido unánime. También ha sido capaz de reírse con sus propios tropiezos, destilando una vitalidad auténtica, sana y altamente contagiosa. Ha pasado de dar clases en el Noyes Camp a dar lecciones de vida a cualquiera que dé al play en uno de sus vídeos.
Por todo esto, no es de extrañar que las respuestas a sus publicaciones en las redes sociales no tienen nada que ver con las que se pueden encontrar en las de otros pilotos como Marc Márquez, Valentino Rossi, Jorge Lorenzo y compañía. En los comentarios a sus posts no existe la rivalidad, no hay malas vibraciones ni guerras absurdas entre aficionados. Solo un clamor, motivado por una sinestesia transitoria: durante unos segundos, se pueden escuchar con la vista las ovaciones a través de la pantalla.
El mundo del motociclismo tiene una trágica y hermosa capacidad de cerrar filas y unirse ante la adversidad. La recuperación de Kenny Noyes ha sido el perfecto ejemplo de cómo la afición motera es capaz de subirse en la misma moto, acoplarse como un solo ser en las rectas y tumbarse al unísono en las curvas como si fuesen millones de pasajeros del mismo sidecar, pilotado por Kenny.
Con Kenny Noyes no hay números, colores ni banderas. Ya antes del accidente destilaba un encanto especial. Lo hacía a priori por ser el hijo de Dennis, el yanqui más español del motociclismo español, que lleva décadas engrandeciendo desde sus diferentes labores como piloto, probador o comentarista. Y lo hacía a posteriori, con una simpatía natural que le hacía ganarse el corazón de todo el padddock.
Todo eso no ha hecho más que sumarle adeptos cuando más lo ha necesitado. Por eso el FIM CEV, su FIM CEV, le recibió con los brazos abiertos como jefe de equipo. Porque sigue siendo el mismo de siempre, como confirman quienes le rodean y como también se puede ver desde fuera.
Aquel maldito 5 de julio de 2015, Kenny Noyes llevaba el número 1 en el carenado de su Kawasaki. Cinco años después, a los ojos de todo el motociclismo, sigue llevando ese número 1. Es, indiscutiblemente, el campeón de todos.