Laia Sanz ha conquistado su undécimo Dakar en once participaciones en una edición 2021 donde ha vivido una auténtica odisea que empezó hace muchos meses, una gesta cuya magnitud real solo sabe ella misma y que se puede dividir en cuatro fases:
SANGRE
Se equivocó la garrapata, se equivocaba. Si pensaba que succionando la sangre de Laia Sanz e infectando su cuerpo con la enfermedad de Lyme impediría su presencia en la línea de salida del Dakar por undécima edición consecutiva, es evidente que erró de pleno.
El 7 de diciembre, la piloto catalana comunicó lo que llevaba mucho tiempo callando. Meses batallando en silencio contra un enemigo al que no podía derrotar dando gas, obligada a esperar. Alejada de la moto y los entrenamientos, tuvo que redoblar su capacidad de resiliencia para cruzar un desierto mucho más abstracto del que domina casi a su antojo.

Cuando todos sus compañeros y rivales pudieron volver a sus rutinas después del confinamiento, ella empezó a tener síntomas bastante extraños, pasando de la frustración de no saber qué le sucedía a su cuerpo hasta que llegó el diagnóstico, que tampoco mejoró la situación. Así, sin apenas entrenamiento, se personó en la salida de Jeddah sobre su GasGas RC 450 F.
Con un estado físico a años/luz de lo que hubiese deseado y sin saber si podría aguantar una sola etapa, tomó la salida en la etapa prólogo.
SUDOR
Después de todo lo vivido, estaba en carrera. Por fin estaba en un desierto concreto, sola con su máquina. Su hábitat. Su normalidad. Eso sí, no tardaría en comprobar que, como les ha sucedido a tantas otras personas los últimos meses, estaba ante una nueva normalidad.
Poco tenía que ver su ritmo con el de ediciones pretéritas. Ya en el prólogo demostró que le faltaba una punta de velocidad, pero no era preocupante: su punto fuerte nunca había sido la velocidad sino la resistencia y la navegación. Pero claro, tampoco había podido practicar navegación y lo acusó durante las primeras etapas, dejándose algunos minutos.

No obstante, iba poco a poco entrando en calor. Ya en la segunda etapa consiguió una buena 23ª posición que invitaba al optimismo. Parecía que empezaba a recuperar su mejor versión. Sin embargo, los esfuerzos se iban acumulando y hacían mella en su físico: con el paso de los días, las etapas se le iban haciendo muy largas y tenía que sudar de lo lindo para terminarlas.
Era frecuente ver cómo empezaba las etapas sobre el top 20 en los primeros waypoints y con los kilómetros tenía que bajar el ritmo y perdía posiciones.
POLVO
Además, una lesión anterior en la muñeca derecha le había ido pasando factura hasta que se acabó provocando una tendinitis que ella misma achacó a que de forma subconsciente estaba cogiendo el manillar de forma distinta, inflamándose la articulación.
Superada la etapa de descanso tocaba la maratón, en cuya primera parte cosechó su peor resultado parcial al terminar 35ª. Más allá de los minutos perdidos –algo ya secundario en una edición donde la búsqueda de un resultado final concreto había quedado en un absoluto segundo plano-, se añadía un nuevo problema a su ristra de contratiempos: el polvo.

Si ya estaba rodando en tiempos algo más lentos de lo habitual y eso le hacía verse detrás de pilotos a los que solía ganar, a partir de la octava etapa tuvo que lidiar con pilotos todavía más lentos en zonas donde adelantar era una completa osadía debido a que el polvo levantado por éstos reducía la visibilidad prácticamente a cero, con el consiguiente peligro que entrañaba.
Abocada a sufrir el Dakar 2021 en lugar de disfrutarlo, con el orgullo por bandera iba descontando etapas de forma casi milagrosa hasta colarse en el top 20 a base de resistencia.
LÁGRIMAS
La segunda semana, que había visto cómo muchos de los favoritos decían adiós a la prueba por caídas o averías, empezaba a llegar a su fin. Y así, en la penúltima etapa, logró su mejor resultado parcial al finalizar 19ª y apuntalar un top 20 que días antes se antojaba una utopía.
Solo un día más. En el horizonte, la meta final en Jeddah. Trece días naturales y más de 53 horas de especiales cronometradas encima de la moto para terminar haciendo su mejor etapa en el último día: 17ª en la etapa y 17ª en la general. Otro top 20 para la colección que era casi lo de menos: contra todos los elementos, estaba en la línea de meta. Otra vez. La undécima.

Con el tanque de energía totalmente a cero tras haberse dejado hasta el último miligramo, la española subía al podio final junto con su equipo: Jordi Viladoms, el Manager del GasGas Rally Team; Alberto Tomé, el mecánico; y Laura Torres, la asistente ‘multitask’. Las caras menos visibles de una proeza que la de Corberá de Llobregat no hubiese podido culminar sin ellos.
Vacía, se abrazaba a su pareja, el gran Jaume Betriu (12º en su segundo Dakar) y estallaba en lágrimas. Las lágrimas de quien ha cumplido una misión porque nadie le dijo que era imposible.