Cuando Jorge Lorenzo anunció su marcha de Yamaha rumbo a Ducati, muchos se llevaron las manos a la cabeza. Innumerables voces se alzaron contra Lin Jarvis, que se vio acusado de hipotecar para siempre el futuro de la marca de Iwata en MotoGP, y hasta de priorizar la venta de merchandising a las victorias.
Sin el martillo de Lorenzo para apuntalar las faenas del equipo de albañiles del capataz Ramón Forcada, no eran pocos los que querían llevar a Jarvis a los leones por cambiar el color de la empuñadura del martillo y entregar así la hegemonía de MotoGP a Honda y Marc Márquez.
Dichas voces se multiplicaron cuando, para sustituir a Lorenzo, Yamaha se adentró en lo desconocido al fichar a Maverick Viñales. En su momento, se interpretó como el lanzamiento de una moneda al aire con la confianza de que el joven piloto de Rosas fuese la cara que convirtiese en cruz el futuro de un Márquez que amenazaba con colorear el motociclismo de naranja Repsol durante años como en su día hiciera Mick Doohan.
Yamaha decidió salirse de su zona de confort y tirarse a la piscina con Maverick Viñales
El triunfo en Silverstone con Suzuki fue una primera pista, pero todavía muchos reivindicaban a Dani Pedrosa como compañero ideal de Valentino Rossi para formar una dupla de sólidos veteranos que garantizasen, como poco, una oposición sería al gobierno marcmarquista (?).
Yamaha decidió salirse de la zona de confort y se tiró a la piscina de Maverick Viñales. Eso sí, una piscina construida por el equipo de Forcada. Bastaron un puñado de vueltas en los test de Valencia para ver que en esa piscina había agua suficiente como para amortiguar el salto, y con el paso de los test se fueron dando cuenta de que, más que tirarse de cabeza desde un trampolín, se habían sumergido en una apacible y cálido jacuzzi.
Llegó Qatar, territorio Yamaha durante las dos temporadas anteriores. Primera prueba de fuego para Maverick, que supo salir airoso en un entorno desapacible. Forcada sonreía, Jarvis respiraba. Pese a que aquel triunfo le hacía ingresar en clubes históricos de un gran calado, todavía había quien veía como una obligación llevar a la M1 a la victoria en Losail.
Qué menos, ¿no? Si Rossi y Lorenzo lo habían hecho antes que él… Vale que ambos llevaban años a lomos de la M1, pero el nivel de exigencia sobre Viñales –o sobre Jarvis- iba mucho más allá del que se le presupone a un piloto en su primera carrera en una nueva moto: ganar o ganar. La carrera y el título. Poco importa que un año antes fuese a parar a manos de Márquez. Para eso le había fichado, ¿no?
Para entonces, el clamor contra Jarvis había ido desvaneciéndose hasta tornarse en leve murmullo, pero seguía siendo incómodo. Total, con esa M1, Lorenzo hubiera ganado en Qatar con un brazo atado en la espalda, ¿no? Sin motivos para seguir atacando a Viñales, seguían acusando a Jarvis de no haber hecho todo lo posible por retener a Lorenzo, de no conservar en la cuadrilla al dueño del martillo que había tallado los tres últimos títulos de Yamaha.
La celebración conjunta de Viñales y Rossi ofreció una imagen de hermanamiento desconocida en Yamaha
Oscilaba Argentina entre el murmullo al ver a Maverick en lo alto de la tabla en los libres, y el clamor al verle a 1,7 segundos de Márquez en la aguada clasificación, se hizo el silencio absoluto con la caída del 93. Un silencio que se mantiene indestructible pasadas las 24 horas necesarias para enfriar los calurosos sentimientos de la carrera y poder desmoldar las ideas.
Para colmo, la celebración conjunta de Viñales y Rossi ofreció una imagen de hermanamiento desconocida en Yamaha ni en los momentos de mayor cordialidad entre Jorge y Vale. Forcada seguía sonriendo, Jarvis estaba a punto de echarse a llorar de felicidad. Y subió al podio para, junto a sus dos pilotos, su dream team, cerrar los ojos y, liberado, degustar el silencio de los detractores con una sonrisa de oreja a oreja.
Porque seguramente, él nunca quiso dejar marchar al martillo que tantas alegrías había cincelado en azul, sino que fue Lorenzo el que quiso emprender el loable reto de tallar un título en rojo. Jarvis, simplemente, se dedicó a buscar la mejor herramienta posible para cimentar el futuro de Yamaha. Dos carreras han bastado para concluir que acertó de pleno.
Jarvis confía plenamente en el equipo de albañiles de Yamaha, que han vuelto a construir una M1 que es claramente la mejor moto de MotoGP 2017, incluso por encima de la herramienta estrella. Y aun así ha dado con ella. Si Lorenzo tenía un martillo que esculpía victorias con un ritmo feroz, Viñales está en posesión de un taladro que perfora décima a décima a sus rivales con una broca de 25 milímetros.