Han pasado ya más de siete años desde que ‘el hermano de Valentino Rossi’ debutó en el FIM CEV de Moto3. Su aval, más allá del apellido, eran unos cuantos podios en el CIV de Moto3, donde acabó cuarto cerca del subcampeón Michael Rinaldi y algo más lejos del campeón, Andrea Locatelli. En 2014 ya disputó el FIM CEV al completo, sin grandes resultados.
Y claro, las críticas aparecieron rápido: un parentesco ilustre te abre puertas pero conlleva una mochila. Si eres piloto de motos y tu hermano es Rossi, disfrutas de una llave maestra a cambio de cargar un peso enorme. Suficiente como para tumbar la resistencia de un chaval de 17 años cuyo sueño no es otro que el de llegar a MotoGP. No fue el caso.
Siete años después, todo ha cambiado. Cambió primero de categoría, saltando a Moto2 dentro del FIM CEV. Allí brilló rápido con una moto mucho más acorde a su estatura y rápidamente cambió de campeonato, saltando al Mundial. Y durante ese camino, cambió lo más importante: dejó de ser ‘el hermano de Valentino Rossi’ y se convirtió en Luca Marini. A secas.
Después de dos años progresando en la jungla mundialista de Moto2, en 2018 llegaron los primeros podios y la primera victoria, anticipando un 2019 en el que le costó el cambio al motor Triumph pero que concluyó con dos triunfos más. Para 2020 había dos objetivos: ser campeón del mundo y conseguir un hueco en MotoGP para la temporada 2021.

El inicio de temporada fue un auténtico palo: tras liderar dos tercios de carreras empezó a irse hacia atrás y acabó cayendo. Para bien o para mal, tras aquella carrera en Qatar vino un confinamiento, y en la reanudación se impuso en Jerez, donde siete días después firmó un segundo puesto. No había duda: era uno de los grandes favoritos al título.
A la regularidad mostrada un curso atrás añadió una velocidad superior, para lograr dos victorias y un segundo puesto en las siguientes cinco citas, donde su peor resultado fue un séptimo. Así, tras su victoria en Catalunya, gozaba de una renta de 20 puntos a falta de seis carreras. Desde ahí, todo empezó a torcerse.
Con cinco puntos en tres carreras, se vio superado por el tremendo impulso de Sam Lowes y la constancia de Enea Bastianini. La lesión de Lowes, que llevaba una inercia increíble, dio esperanzas a Marini, que mejoró algo en Valencia: quinto y sexto. Suficiente para soñar en Portimao, donde volvió al podio pero no pudo evitar el título de Bastianini, siendo subcampeón a nueve puntos de su compatriota.
Ese objetivo se le escapó por los pelos. El otro no: antes de la primera carrera en Valencia se confirmó su salto a MotoGP en 2021. Justo después de la mala racha que seguramente le costó el título. ¿Casualidad? Quién sabe. Eso ya poco importa: el sueño de llegar a MotoGP y de compartir pista con su hermano será real dentro de unos pocos meses.