Píldoras Jerez 2017 (3): Un compás de cuatro tiempos

En la noche de Jerez, cuesta distinguir la aceleración de una guitarra del punteo de un motor.

Nacho González

Píldoras Jerez 2017 (3): Un compás de cuatro tiempos
Píldoras Jerez 2017 (3): Un compás de cuatro tiempos

Descubierto ya el lugar donde se encuentra la cura para el hooliganismo, algo más que llamó mi atención dentro y fuera del Circuito de Jerez fue la música. Absolutamente todo está musicado. El bar de la acampada fue el primer aviso, y la megafonía del circuito tampoco era una excepción. Llegué a Jerez sin haber oído nunca ‘Despacito’ y me he pasado medio fin de semana tarareándola.

Sin embargo, y pese a que nuestros vecinos de acampada se movían con preocupante facilidad entre clásicos del rock y lo último en reggeaton (o eso creo), con lo que me quedo es con la música autóctona. No con lo que emanaban los diversos altavoces, sino con lo que producían los instrumentos allí presentes.

Por un lado, el ruido de los motores de cuatro tiempos. Desde la desaparición de 125cc a finales de 2011, todos los bailes en las pistas del Mundial de MotoGP se hacen a ese compás. Los más nostálgicos no pueden evitar echar la vista atrás y recordar el sonido de las dos tiempos, pero el presente es el que es, y lo cierto es que suena de lujo.

Una sinfonía que se repite en los 18 circuitos del calendario. Entonces, ¿qué hace que la música de Jerez sea especial? Pues que no cesa. No hay cabida para el silencio. Cuando cae la noche, los lugareños sacan las guitarras y los cajones; y los motores que habían sustituido a rock y reggaetón, se ven a su vez reemplazados por flamenco y rumba.

Y claro, tampoco faltan los moteros del lugar haciendo sonar sus máquinas. Conviven, en ese momento, los dos sonidos que convierten Jerez en algo más que un gran premio. Al son que marca el cajón, se crea una banda sonora que trasciende lo musical y lo motero, hasta el punto de que ya cuesta saber si lo que se oye es la aceleración de una guitarra o el punteo de un motor.