Ángel Nieto, la eterna semilla de un árbol de ramas infinitas

Antes de los 12+1 títulos de Ángel Nieto, el motociclismo en España no era. Existía, pero no era.

Nacho González

Ángel Nieto, la eterna semilla de un árbol de ramas infinitas
Ángel Nieto, la eterna semilla de un árbol de ramas infinitas

En España, cuando se habla de motociclismo, hay un número que desafía la lógica matemática básica y se eleva por encima del infinito: el 12 1. El origen no es otro que la triscaidecafobia del propio acuñador de tan sumatorio término, convertido para siempre en el sustituto de la suma cuando se trata de cantar y contar las proezas del deporte de las dos ruedas.

Porque antes de Ángel Nieto, el motociclismo en España no era. Existía, pero no era. Había motos, claro. Y gente que corría con ellas. Pero no había motociclismo. Porque lo que no llega al gran público, no existe. En 1969, cuando empezó a ganar sus primeras carreras en el mundial, el seguimiento que recibía era nulo: no era España tierra abonada para héroes motorizados. Fue ahí cuando Nieto cogió pico y pala.

Empezó a hacer, de la victoria, rutina. Una, dos, tres y así hasta noventa veces. Y, del título, costumbre. Doce veces, y después una más. Seguramente él, ganador nato e innato, se quedó con la espina de no haber sumado la número catorce. Por alejar la superstición, más que nada. Pero no, es mejor así: estaba escrito que tenía que ser así.

 

Abonado el huerto durante casi dos décadas, de su semilla surgieron 12 1 raíces. Puso al motociclismo en el mapa del deporte español, situándose a sí mismo junto a Manolo Santana, Federico Martín Bahamontes o Severiano Ballesteros. Era una época donde el deporte español brillaba a ráfagas, confiando su suerte a la genialidad de solitarios héroes cuyo talento y empeño les hacía sobresalir por encima de las dificultades de la coyuntura social del país.

Pero Nieto no se conformó con ganar. Quiso que ganaran otros. Ser trayecto, no meta. No paró de dar la tabarra (en el mejor de los sentidos) hasta que el motociclismo se fue colando en los hogares españoles. Como canta Pedro Pastor: Nieto fue planta. Sintió la raíz. Pudo optar por el egoísmo de un cómodo retiro desde el pedestal que tan a pulso se había ganado.

Por el contrario, quiso proseguir su viaje hacia la eternidad siendo semilla. Que sus 12 1 títulos fuesen raíz, no ramas. Que, de ellos, se erigiera un robusto árbol sobre el que pudieran brotar decenas, centenares de ramas; que a su vez se ramificaran en miles, en una infinitud de pequeñas ramas, permitiendo así la aparición de tantos y tantos frutos.

Un fruto que, ahora, el motociclismo español recoge casi cada fin de semana. Desde las luces y el glamour de MotoGP hasta la penumbra de pequeños y medianos campeonatos donde la ausencia de cobertura mediática se compensa con la emoción y el fervor de pilotos y mecánicos.

Ahora, una ardilla puede cruzar España saltando de moto en moto, de piloto en piloto, de circuito en circuito. Cuando unos padres cargan una modesta furgoneta con la minimoto de su hija o hijo. Cuando un mecánico aficionado invierte su tiempo libre en poner a punto una moto de carreras para alguien cercano. Cuando una niña o un niño se bajan la visera del casco y, con una sonrisa, estrujan el puño del gas para sentir la velocidad.

 

Cada uno de esos gestos, ya tan cotidianos, son los frutos de un árbol de ramas infinitas. Un árbol que tiene una semilla eterna: Don Ángel Nieto. Y todo lo que nos has dado se puede resumir en dos palabras: ¡Qué bonito! Gracias, maestro.

Ángel Nieto

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