Los motoristas más veteranos probablemente se acuerden de que los años 80 fueron la década del turbo. Parecía la palabra mágica y era sinónimo de velocidad y grandes prestaciones. Aparecía en la publicidad de numerosos automóviles y desde que Renault introdujo los motores turboalimentados en la Fórmula 1, el resto de escuderías se lanzaron de cabeza a su utilización. Es decir, todo el mundo quería algo turbo porque con eso podría correr más. Así que, como se puede imaginar, llegó a las motos.
Sin embargo, los motores turbo de producción tuvieron un recorrido mucho menor del que se podían imaginar los fabricantes de motocicletas cuando se decidieron por incorporar la turboalimentación a los motores que equipaban sus nuevas creaciones.
Pocas motos…
Todo comenzó a finales de los años 70, cuando en Kawasaki consideraron que era una buena idea incorporar un motor turbo a una de sus motos. Así lo hicieron en 1978 con la Kawasaki Z1R-TC. Eso sí, no tuvieron un gran éxito puesto que se limitaron a colocar un motor turboalimentado en la moto y a realizar algunos ajustes (quizás no los necesarios).
Sin embargo, eso provocó que otras compañías pusieran sus miras en la posibilidad de incorporar el turbo a sus motos. De ese modo, llegaron al mercado motos que aún a día de hoy algunos usuarios recuerdan. Las más destacadas fueron las siguientes:
- Moto Morini 500 Turbo. La única que no era japonesa (su nombre indica que provenía de Italia) y que no tenía a un gran fabricante detrás.
- Honda CX 500TC Turbo. Sin duda una de las más espectaculares que se montaron con motor turbo. Era de 500cc y alcanzaba los 82 CV.
- Suzuki XN 85D Turbo. Llegó al mercado después de la Honda con 65 CV y 673cc.
- Kawasaki GPZ 750 Turbo. Con el objetivo de resarcirse de su primera moto turbo, Kawasaki lanzó este “pepino” capaz de entregar 112 CV y llegar a los 220 km/h.
- Yamaha XJ 650 Turbo. Con 90 CV, se caracterizaba por ofrecer un concepto más sencillo.

Dificultades con los motores turbo de producción
¿Por qué el turbo no caló en la industria de las motos como sí lo hizo en la del automóvil? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la propia idiosincrasia de la motocicleta, más complicada de conducir que un coche y más expuesta a los peligros.
Y es que controlar las motos con turbo se convirtió en una tarea solo apta para conductores expertos que eran capaces de dominar aquellas máquinas tan potentes y con el nervio propio del turbo. No era lo mismo aguantar un “tirón” o “acelerón” en un coche turboalimentado que en una moto. A eso había que añadir que se trataba de una tecnología que acababa de llegar, con lo que los costes de producción eran mayores, ya que además era más compleja que la empleada en los motores atmosféricos. Por lo tanto, si a unos mayores costes (y precios) se le unía el hecho de que aún tenían poca fiabilidad y la certeza de que solo moteros con buenas manos evitarían el peligro que suponía llevarlas, el resultado fue que los fabricantes dejaron de fabricar motocicletas con turbo. La aventura había durado apenas media década.
Después ha vuelto con cuentagotas, como en el caso de las Ninja de Kawasaki, pero los motores turboalimentados ya son historia para la mayoría de las marcas.